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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Sábado

¿Por qué a los mayores les gusta tanto complicar las cosas? Cuando tengo cole, porque tengo cole y debo hacer todo tipo de actividades extraescolares a parte de mis tropecientos ejercicios que la seño me manda y cuando estoy de vacaciones porque en vacaciones es la época de los campamentos, la playa, los parques acuáticos, etc y si no sales y tomas el sol te sale moho, pero lo que realmente, realmente me enfurece es que un sábado por la mañana tenga que levantarme temprano para ir de compras con mamá. ¿Por qué no puedo quedarme en casa, dormir hasta ya no poder más, molestar un poco al gato y tomar el desayuno viendo dibujos animados? Mamá es sábado, ¿debería hacérselo saber a la policía?

Pues eso digo, el otro día llovía a chorros, era sábado y planeaba montar un fuerte en la habitación con un par de sillas y la colcha de mi cama cuando noté que nuestra gata empujaba para adentro la puerta, lo que significa que mamá la ha reñido por algo y que viene detrás de ella con la zapatilla, la escoba o cualquier otro objeto amenazante. Con mamá no se juega.

Mientras Nana se recostaba a mis pies agachando la cabeza mansamente mamá entró en el cuarto resoplando, casi podía ver la tierra que echaba para atrás, igualito que los toros cuando quieren pillar a los toreros. Blandía un rodillo de repostería.

–¡Ni se te ocurra volver a subirte al fogón!– yo la oculté detrás para que la disputa no llegara a mayores porque mi gata es puñetera pero es mi gata desde que me la regalaron en mi quinto cumpleaños y como prueba de ello sólo me obedece a mí.

Mamá entendió que me interpondría en medio de cualquier ataque y bajó el rodillo –levanta y vístete que nos vamos al centro comercial– mis esperanzas del sábado perfecto se vinieron abajo.

Bajé de la cama esquivando a Nana como si me pesara mucho el cuerpo –cómo te envidio gata, tu si que puedes quedarte aquí durmiendo todo el día Nana me miró fijamente como si me entendiera y volvió a recostarse sobre sus patas delanteras.

Me puse mis pantalones favoritos, esos que mi hermano me compró y que parecen viejos sólo para molestar a mamá que, tras mirarme con ojos de desaprobación me colocó el gorro de lana rojo con borlón que me hizo la abuela el invierno pasado. Sé que es una venganza por lo de los pantalones.

Los grandes almacenes de mi ciudad es uno de los peores sitios a los que puedes ir cuando llueve porque está repleto de gente, hace calor y huele mal. Además, mamá siempre va directa a esa tienda de ropa infantil en la que papá cree que ya no hay ropa para mí, pero mamá simplemente lo ignora. La opinión de papá en cuanto las compras nunca importa.

Odio seriamente ir de compras con mamá, sobre todo cuando vamos al probador a probarme algo muy feo y abre las cortinas como si no me diera vergüenza encontrarme en ropa interior. Realmente, realmente lo odio.

Tras buscar mucho ese día mamá se decidió por un jersey de esos que pican, de color caca, a lo que me negué de inmediato.

–Te lo vas a probar–
–No–
–No me torees– la cara de mamá adquirió un color rosa pomelo.
–Que no–

Mamá comprendió que no podía gritarme había demasiadas madres mirando –si te portas bien, le digo a papá que mañana te lleve al zoo–.

¿Y perderme el domingo también? –No gracias–

Mamá se dio cuenta de que sin poder hacer uso de la zapatilla tendría que resignarse –muy bien, no te lo pruebes, pero estás castigado sin salir hasta que te cases–.

¡Hurra!, iba a poder ver la tele y leer cómics todo el domingo enterito y el resto de mi vida porque no hay ninguna niña suficientemente simpática para que quiera casarme con ella.

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