Ya se nota el frío, el mes de diciembre ha comenzado fuerte.
El agua del estanque está tan oscura que es imposible ver los peces de colores.
La gata está sentada junto a mí, es muy lista, le gusta tomar el sol tumbada en
el césped los días fríos como hoy. Miro embobada la pérgola sobre el camino que
discurre hasta la casa, me dan miedo las abejas que revolotean alrededor de sus
flores, el sonido que producen me parece ensordecedor. La gata se ha levantado
de repente, persigue a algún insecto.
Lo ha perdido de vista. Se lame insistentemente como si se
aseara después de una dura cacería y aburrida se vuelve a recostar sobre el
césped. A veces pienso que me encantaría ser un gato, cambiarme un día por ella
y preocuparme sólo de jugar, comer y de que me cambien el cajón de arena.
Comienzo a tener calor, el sol me da directamente en el
cogote, un agradable calorcillo me cubre la espalda y una enorme mariposa me
sorprende posándose al filo de mi cuaderno. Qué susto, pensé que era un bicho,
calificativo que no me atrevo a dar a algo tan bonito, al menos desde lejos. Es
negra y naranja y levanta el vuelo antes de que pueda darme a penas cuenta.
El perro nos mira desde lejos a mí y a la gata, la cual
parece estar amenazándole con la mirada. Sus ojos verdes se ven muy claros por
el sol, su pupila casi diminuta está contraída por el exceso de luz. El perro
la mira fijamente y se recuesta en el camino bajo la pérgola.
Un pájaro canta violentamente desde lo alto del almendro que
está al otro lado del césped, es agradable no escuchar a las odiosas obreras
polinizando. Les tengo miedo desde que una vez una me picara y acto seguido un
enjambre entero la tomara conmigo.
El perro arrastra un hueso de plástico en la boca y lo deja
caer a mis pies, la gata se levanta amenazante, no entiende que el perro ose
acercarse, pero parece que este no le teme a un arañazo si se trata de jugar.
Ordeno al excitado perro que se siente, cojo el hueso y se lo lanzo, ahora no
me dejará en paz.
La mariposa ha vuelto, la puedo ver posada en una ramita del
arbusto que hay junto al estanque, el perro no me deja coger el hueso, cansada
y con la mano llena de babas caninas lo mando a paseo.
Una musiquilla odiosa comienza a sonar al otro lado del
muro. El vecino ha comenzado sus faenas matutinas. Ya no me apetece estar
fuera, el ruido de una moto sierra espanta a los pájaros.
-Vamos para casa gata, voy a encender la chimenea para que
te calientes los bigotes-.
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